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lunes, 5 de abril de 2010

-EL RESUCITADO LLENA DE COLOR LAS CALLES DE SANTA MARINA.

El cortejo cuenta por primera con una representación de la Diócesis en la persona del vicario general Fernando Cruz Conde, que ocupó la presidencia del paso de la Virgen. Santa Marina es uno de los barrios con más personalidad de la capital. Entre sus numerosos y diversos elementos destaca la Hermandad del Resucitado, una de las más antiguas de España, y que ha hecho que esta celebración cuente en Córdoba con una raigambre de la que carecen otras localidades. Por esto, ayer se repitió el rito de siglos en unas calles acostumbradas a festejar la Resurrección. Santa Marina, y por extensión San Agustín, vivió ayer uno de sus días grandes. A ello contribuyó también una meteorología que llenó de luz y de color unos barrios que se vistieron de gala para un acontecimiento protagonizado fundamentalmente por niños que fueron los artífices de una procesión a la que miraban asombrados desde las aceras y que participaban activamente repartiendo estampitas y caramelos así como echando gotas de cera azul a unas bolas que se guardarán en un cajón hasta el Domingo de Ramos del año que viene. El cortejo de esta cofradía, aunque es reciente en la mayoría de sus elementos, conserva aún determinadas huellas que nos hablan de su glorioso pasado, como el estandarte fundacional que se remonta a las primeras décadas del siglo XX o la antigua insignia de la desaparecida Hermandad del Santísimo y de los Santos Patronos Acisclo y Victoria cuyos veteranos bordados en oro brillaron en la primera luz que le dio en la plaza de Santa Marina. Nada más ponerse en la calle esta hermandad, recibió una de las salutaciones más entrañables que puede recibir una procesión, como es la petalada que le ofrecieron a sus titulares las clarisas de Santa Isabel, discretamente asomadas tras el tejado del convento para no romper la clausura. Ellas no se contentaron con sentir los tambores detrás de los gruesos muros, sino que quisieron participar de la fiesta en la calle con una singular nota de color. Todo en la Hermandad del Resucitado tiene un sabor especial. Sobre todo cuando se adentró por la calle Moriscos en las entrañas del barrio hasta llegar a la Piedra Escrita o cuando avanzó por la calle Dormitorio -el verdadero centro comercial abierto del barrio- a cuyo final la recibieron las campanas volteantes de San Agustín proclamando a los cuatro vientos que este templo está recuperado, abierto al culto y que de este modo se suma de nuevo al gozo de la Resurrección. El San Agustín más auténtico se echó ayer a la calle, como se notó en el ambiente mañanero de sus tabernas, como Las Beatillas o Casa Gamboa, o en el bullir humeante de la gigantesca olla de caracoles que en medio de la plaza se preparaba para estar lista antes del atardecer. Los nazarenos blancos de fajín azul cruzaron bajo la sombra de las plataneras de indias, uno de los rincones más cofrades de la capital, donde aún en la mañana de ayer quedaban carteles en las paredes invitando a los vecinos a participar el Jueves Santo en el recibimiento que cada Semana Santa se realiza a la Virgen de las Angustias a la puerta del templo. Una gran pancarta colgada de dos balcones insistía: "Vuelve pronto a San Agustín". Justo al lado de la peña Los ocho amigos estaba la representación de la Cofradía de Jesús Nazareno con su hermano mayor al frente. Bandera, varas y ramos de flores para los titulares. Abrazos entre una parte y otra antes de reanudar la marcha camino de la carrera oficial. Ante la Virgen de la Alegría, en la presidencia, el vicario general Fernando Cruz Conde materializaba por primera vez el respaldo de la Diócesis en la única procesión que en la capital representa el misterio central de la fe de los católicos. Por Rejas de Don Gome, Juan Rufo y Alfaros llegó el cortejo a Capitulares, por donde entró en una carrera oficial que volvió a repetir un gentío parecido al que se vivió en la mañana del pasado Domingo de Ramos con motivo de la procesión de la Borriquita. La diferencia estribaba en que aquélla era el prólogo de una fiesta que ha ciudad ha vivido con intensidad, salvo el Lunes Santo por culpa de la lluvia, y que ésta es el epílogo luminoso y colorista de la celebración. El cierre de las puertas de Santa Marina dejó ayer un regusto melancólico en los cofrades, aunque con la esperanza de que todo volverá a repetirse el próximo año, cuando la cruz de guía de la Borriquita vuelva a pisar la plaza de San Lorenzo. El Día de Córdoba.

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