Igual que las lágrimas se secó la última cera, aquella que tiene el mismo color del cielo que nunca falta en la mañana más hermosa del año cristiano. Tan tremenda como es la tiniebla, tan dura como es la noche en la cual el alma tiene que buscar una esperanza en la que anclarse, la Semana Santa de Córdoba había conseguido hacerla bella y hermosa a fuerza de candelerías, que se encienden, de ojos hermosos que lloran y puede uno llorar con ellos, de músicas que conmueven el alma a fuerza de tristeza. Tan dura de comprender y de asumir como es la muerte, casi se había acostumbrado una a ella, fuera despojada de todo en cruz severa de Madrugada o rodeada de rico sagrario evangelizador cuando el Viernes Santo iba despidiéndose del sol. La Semana Santa transforma el dolor y la muerte en un tema sensual para que el cristiano sea capaz de comprenderla, pero no puede terminar aquí, por mucha emoción estética que alcance. Para terminar de dar sentido a la fe que hay detrás de las imágenes, de las flores, de los atributos y del incienso, nació a Córdoba otra vez la cofradía de Jesús Resucitado, para demostrar que no tiene la muerte la última palabra, sino la vida, aquella a la que Cristo vuelve triunfante mostrando las heridas heroicas de la cruz. No podía hacerlo más que en uno de esos lugares que guardan la proporción y la esencia de Córdoba. Y ya que Santa Marina está uniformada en el blanco de la cal y en el azul del cielo que nunca se perderá tras las bellas casas bajas, la cofradía vino conjuntando estos dos colores. Sorprendió el paso de misterio con claveles, lilium y una valiente combinación de flores en color blanco, en contraste con el oro del paso, al que cada vez se le nota más la solera. Se erguía triunfante el Señor y atraía sobre sí todas las miradas, acompasadas a la buena música de Los Polillas de Cádiz. Miles de personas, cofrades apurando todo lo que han disfrutado y familias que disfrutaban con sus hijos la mañana radiante de la Resurrección, se apretaban en el centro a las horas en que la carrera oficial empezaba a ser historia. El mismo júbilo traía en música y flores, con su gracia castiza, la Virgen de la Alegría, brillante la plata alegre y hasta el faldón del azul con que tanto se identifica su cofradía. Pasaban las horas acompasadas al fino perfil de las bambalinas y los varales y parecía que no pasaba nada, que nunca terminaría, que jamás llegaría la hora en que se cerrase la puerta de Santa Marina. Llegó, claro, pero en más de un corazón todo lo que pasó entre un domingo y otro seguirá vivo. El ABC de Córdoba.
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