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miércoles, 31 de marzo de 2010

-LA ETERNIDAD DE UNA CANDELARIA ENCENDIDA.

Martes Santo es sólo una vez al año. Se lo dijo un cofrade a su amigo, y no estaba haciendo una frase hecha, rellenando el silencio con demagogia. Lo sabía la Virgen de la Trinidad, cuando la noche caía sobre Córdoba y la candelería de su palio acentuaba su dolido perfil moreno. Miraba Ella hacia el interior de la iglesia de Santa Victoria, donde estaba expuesto el Santísimo ante el que su cofradía hacía estación. La banda tocaba «Reina de San Román» y su palio giraba con mucha suavidad, con mucha cadencia, como si no quisiera que aquella caída de de la noche se terminase, como si no quisiera despedirse de las columnas neoclásicas.
Martes Santo es una vez el año y como toda la Semana Santa se va como un suspiro, se espera a que llegue y después se va como un río que al mismo tiempo que pasa está más próximo al mar, y ya lo dijo Jorge Manrique.
Nadie se acordaba de aquello, sin embargo, cuando nació, pletórico y rabioso, en las alturas del barrio del Naranjo, entre aplausos, vivas y pétalos para el Cristo de la Agonía, que superaba el dintel de su puerta hundido en el nuevo calvario de rocas y después subía entre las saetas y la devoción de su gente. Se quedaba otra vez en el dintel de la iglesia la Virgen de la Salud y la cofradía empezaba a ganar metros, pero sin renunciar a la música de su gente y al aplauso de su barrio.
Mostraba el paso que está tallando José Carlos Rubio pequeños avances que dejan ver que será un trono bastante personal y bello, y que ayer se adornaba con claveles rojos y flores silvestres.
Chillaba de juventud y de puro sol el día, porque poco después estaba en la calle el Prendimiento, disfrutando de las primeras horas de la tarde con toda su alegría salesiana. El misterio, ya completo, es una verdadera muestra de cómo puede ilustrar un conjunto de figuras sobre un momento de la Pasión: la indecisión y la rabia de los discípulos, la culpa sobre Judas, el abatimiento del Señor en el comienzo.
Avanzaban gustándose sus costaleros, al son de la música, entre muy nutridas filas de nazarenos, con la alegría de las hermandades que tienen mucho espacio por delante y saben que nunca es una cofradía más feliz que cuando está en la calle. La Virgen de la Piedad, pálida y más cerrillesca que nunca en su palio azul, lucía entre un bello abanico de flores blancas.
Sin miedo a las nubes
Martes Santo sólo es una vez al año y la tarde estaba pletórica, aunque pocos los dirían mirando al cielo y viéndolo gris y amenazante, con nubes de un color que hacían recordar a los disgustos del Lunes Santo. Nadie, sin embargo, quería saber nada de aquello, todas las cofradías salieron a su hora sin pensárselo y las buenas previsiones hacían que todo el mundo mirase a las imágenes, y no calculase probabilidades.
Había muchas ganas de seguir disfrutando la Semana Santa en la calle y el centro bullía de familias y jóvenes esperando a la cofradía de la Sangre, que ayer protagonizó uno de los momentos de la jornada, cuando sus dos pasos cruzaron delante del palco de autoridades de Las Tendillas sin música. Protestaba así contra la Agrupación de Cofradías por el desacuerdo que les impidió hacer estación de penitencia en la Catedral, como querían.
Pero antes, la cofradía deleitó con sus titulares. El Señor de la Sangre, vestido con su túnica morada bordada en oro, se imponía con su íntima introversión a todos los gestos de su paso de misterio, que avanzaba elegante entre los naranjos de la plaza del Cardenal Toledo.
La Virgen de los Ángeles, franciscana ayer hasta en el cíngulo blanco con orquídeas, brillaba radiante en su paso de palio, llena de exquisiteces tanto en el tocado como en las joyas y en los detalles del palio.
No terminó de andar bien nunca ese difícil palio en la tarde de ayer, pero no importaba escuchando el solemne repertorio, tan interpretado, que la banda de la Esperanza, debutante ayer en la cofradía, había preparado como ofrenda musical para Ella.
Sólo hay un día al año que sea Martes Santo, y como el resto de los días de la Pasión, hay que apurarlo al máximo, hay que beberlo sin dejar nada porque nunca se sabe en qué momento llega el pellizco al corazón. El ABC de Córdoba.

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