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domingo, 20 de marzo de 2011

DESARRAIGO DE MISTERIO Y SILENCIOS CON LAS ANGUSTIAS.

Medio siglo después de la salida de las Angustias de San Agustín, ABC habla con algunos testigos de un hecho traumático y aún rodeado de enigmas.

La especulación es libre, voluntaria y sujeta a error. La historia contada en los documentos escritos y por las voces que la protagonizaron es, a lo sumo, subjetiva, pero nunca incierta o inveraz. Del por qué y del cómo de la marcha de la hermandad de Nuestra Señora de las Angustias de San Agustín a San Pablo se ha hablado mucho, se ha escrito poco y se ha aclarado menos. Y persisten los enigmas.

Luisa Cortés y Dolores González lo vieron in situ en su adolescencia. Rafael Soto, vecino del barrio como ella, clamó por que la Virgen no abandonara el convento dominico, con el que pocos como José Murillo, hermano mayor de 1986 a 1994 y miembro de junta de gobierno en el momento del traslado, conocen la relación que mantenía su cofradía.

Sus versiones de los hechos, que han relatado a ABC, se cruzan, se complementan, se confirman o se contradicen entre sí en algún caso por la falta de información sobre lo ocurrido que rodeó al barrio y al pueblo en general, como bien recogen las actas de la hermandad de esos años que ha podido consultar este diario. Lo encontrado en ellas por el vicehermano mayor actual de las Angustias, Luis López de Letona, hilvana y matiza todos estos testimonios forjados por la propia experiencia o los rumores de la época que se tomaron como válidos ante la ausencia de información oficial y clara.

Voluntad sin éxito
De las actas se desprende que ni la hermandad ni la comunidad dominica de San Agustín pretendían que la Virgen marchase. No era, según el hermano mayor y el prior —que se ofreció a gestionar soluciones— voluntad de ninguna parte, aunque la disposición de ambos para que así fuera queda en entredicho si se atiende a lo que finalmente ocurrió: que la hermandad abandonó la que había sido su casa desde 1558, sin un lugar del que salir, pero también sin que los ofrecimientos de los frailes llevaran a una solución menos traumática.

José Murillo defiende la actuación de la hermandad, que se vio «acorralada» y «sin capacidad de maniobra»; las circunstancias «se pusieron para salir» después de que unas obras en el convento la dejaran sin las dependencias que habitualmente usaba para reunirse o guardar enseres y, lo más importante, sin la puerta que comunicaba la iglesia con el huerto y la que daba paso desde éste a la calle para que saliera el Jueves Santo.

Tras los fallidos intentos, sesgados por la Comisión Provincial de Monumentos, de ampliar la entrada principal de la iglesia y de abrir una nueva en la fachada que permitiese salir al paso, se intenta hacer una nueva puerta en la zona del convento que linda con la calle Dormitorio. Los frailes se niegan y la hermandad no quiere reformar el paso entonces recién estrenado. La cofradía, que antes había hecho gestiones para trasladarse al oratorio de San Felipe Neri, se marcha a San Pablo por decreto del obispo Manuel Fernández-Conde, que interviene activamente en el conflicto, según los documentos de la época y el testimonio de Murillo. Era entonces hermano mayor el Marqués de la Fuensanta del Valle, a quien aún hoy día culpan algunas voces en el barrio.

Esa es la opinión de Rafael Soto, que participó en una de las protestas para que no se llevaran a la Virgen y que alude al supuesto interés del marqués por afincar a la hermandad en un lugar céntrico y noble «porque éste era un barrio muy pobre, sin importancia ninguna».

A la vez, otros muchos vecinos responsabilizaban, como hace el propio Marqués según recogen las actas, a los frailes, con los que, pese a todo, José Murillo sostiene que había una relación cordial que se mantuvo después del traslado. «No nos tiramos los muebles a la cabeza», matiza, aunque también reconoce que nunca les dieron una explicación de la negativa a abrir una puerta a la calle Obispo López Criado. «Si hubiera sido por el prior y por el segundo, la hermandad se hubiese quedado», concluye.

El grupo escultórico tallado por Juan de Mesa abandonaba el convento, al que había llegado en 1628, el Jueves 2 de Marzo de 1961, hace ahora cincuenta años. Sobre cómo se hizo y el grado de tensión entre los vecinos y la Policía hay discrepancias.

Dolores González, que entonces tenía catorce años, recuerda su participación. «Hubo mucho alboroto, una aglomeración bastante grande, ambiente de irritación y de impotencia, había muchas personas llorando», dice quien acudió a la protesta junto a sus compañeras del taller de bordado en el que aprendía esta labor, que no querían permanecer impasibles mientras se llevaban a quien ellas consideraban algo suyo.

Eran las cuatro y media o las cinco de la tarde cuando llegaron a la plaza desde la calle Aceituno, donde estaba su taller, y al que finalmente hubieron de volver una vez llegó la Policía y obligó a dispersarse a los manifestantes. En la plaza de San Agustín podían leerse frases como «Los pobres me recogieron, con ellos me quedo», o «Aliados de la feligresía, todos a una». «Nos fuimos muy desanimadas e indignadas, aquello fue un trauma porque la Virgen estaba en nuestras raíces pero había algo contra lo que no podíamos luchar, y es que la hermandad quería llevársela», resuelve Dolores. Según José Murillo, fue en una furgoneta y la Virgen salió por la puerta principal a media tarde, «no a escondidas». Según testigos del momento, fue de noche y después de que la Policía hubiese echado a todo el mundo de la plaza.

Es como también lo recuerda Luisa Cortés, hermana de las Angustias que entonces contaba con 16 años y que asegura que las imágenes salieron de la iglesia en la furgoneta «cuando ya no había nadie en el jardín, de noche». Al día siguiente, participó junto a otros vecinos en una protesta en el Palacio Episcopal, aunque la decisión estaba tomada, la Virgen en San Pablo y el barrio sin su bien más preciado por motivos e intereses que cincuenta años después siguen sin conocerse del todo.

Fuente: El ABC de Córdoba. - (José Prieto).

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