-PROCESIÓN DE LA VIRGEN DEL AMPARO.

Una intuición recorre las calles desde San Francisco a escultor Juan de Mesa. Noviembre se atenaza a los sentidos que se desentumecen una vez más, quién sabe si la última. La Virgen del Amparo deja tras de sí una marca que se articula en las retinas, templando el frío que va atrapando el ánimo. La atmósfera infalible de la procesión anuncia el lapso que se cierra en el mes de los difuntos, en el mes en que los siglos vieron inmortalizar al imaginero, cuya herencia contemplamos en la Imagen salida de las gubias de Navarro Ateaga, en Nuestra Señora del Amparo.

La tarde apenas resiste a la noche por el Compás como el símil inequívoco de la luz que sucumbe, por un instante, a las tinieblas. A su paso las voluntades se tornan trémulas, mientras la observan entre cera y flores, inciensos y acordes. Por el Potro, San Pedro o la Almagra nada suena repetido todo es nuevo, el epílogo áureo de la fe que conmueve al cofrade. Nuestra Señora camina con su Hijo del brazo, conmemorando el Adviento inmediato y salvífico, expuesto en el oratorio de la plaza de las Cañas.

A pie de acera, conforme Ella transita, sólo queda la expectativa demasiado lejana de la siguiente Cuaresma cuando, el Domingo donde ondean las Palmas su cofradía vuelva a tomar la calle y, el ciclo que se inicia obtenga su cénit en un incipente noviembre que encumbre a los ojos de sus fieles a la Virgen del Amparo.

Fuente: Agrupación de Hermandades y Cofradías de Córdoba.

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