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viernes, 26 de marzo de 2010

-LA PROFUNDIDAD DEL SÍMBOLO.

Pisaron las sandalias el suelo mojado. Debieron de notar los penitentes la humedad en los dedos. No sentía miedo la Hermandad Universitaria, porque tenía certeza de que la lluvia se marcharía de Córdoba antes de que se abriera la puerta de San Pedro de Alcántara. Y así fue, aunque saliera media hora más tarde de lo previsto, es decir a las diez.
Aunque hubo incertidumbre en el ambiente, las dudas se marcharon para la cofradía que desde el Jueves de Pasión de 2007 pone el prólogo personal y sobrio de la Semana Santa. Casi no se habían secado todavía los charcos recientes cuando chirriaron los goznes y aparecieron la cruz y los sobrecogedores penitentes cubiertos con capuz. Sonaba el muñidor.
Presentida ausencia
Del negro interior llegaba una ausencia presentida, la del Cristo de la Universidad. Casi se le podía ver, con la noble silueta ensangrentada, en el altar mayor de la iglesia, llamando al corazón del hombre moderno que gira la cabeza cuando tiene delante el sufrimiento. Habrá que esperar un año más.
Crecía la emoción mientras avanzaban las parejas de enlutadas capuchas, como salidas de otro tiempo y de otro lugar y sin embargo ya integradas en el paisaje silencioso de la Judería. Llevaban esta vez prendas que les tapaban del todo la cara.
Había tiempo para detenerse en la cruz alcantarina o en los símbolos que se abren paso en el austero cortejo de la cofradía, pero todo pasaba a un segundo plano cuando aparecía la Virgen de la Presentación. Iba tocada al modo antiguo con que su hermandad sorprendió a Córdoba desde la primera estación de penitencia. Salía por cuarta vez, pero la claridad de ideas de su estética y de su impronta es tan pronunciada que más parecía una estampa ya clásica, y no nueva.
Otra vez la espada que anunció Simeón y que la Virgen, desde la profundidad del símbolo, parecía asumir justo en el momento en que lloraba por su Hijo. Otra vez la cera tiniebla sobre el austero paso donde están los nombres de los doctores de la Iglesia.
De nuevo el penitencial iris morado, que si no es el más brillante de los colores sí que refulgía rodeado por la austeridad de la madera oscura y por el negro inmaculado que rodeaba a Nuestra Señora de la Presentación.
Tuvo la hermandad que modificar su recorrido por culpa de un derrumbamiento en la calle Portería de Santa Clara, que impedía que incluso pudieran pasar las personas. Hubo que buscar una alternativa rápido para que el cortejo no se desviara de su objetivo: la estación menor en la neoclásica iglesia de Santa Victoria. Lo hizo subiendo la calle Deanes y sin pasar, como era habitual, junto a los muros de la Catedral.
A partir de las once volvió a llover y la cofradía aceleró el paso para volver a su iglesia antes de la medianoche. El ABC de Córdoba.

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