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A. Martín
Llega el estío. Y la memoria no parece guardar nada más allá de los calores precedentes. Por las paredes gastadas se refleja la claridad restante de la tarde sobre un tapiz blanco y evocador. Las hojas de los naranjos esperan a la luna como su promesa. La actividad se reconquista conforme baja la intensidad del mercurio. En una esquina, un muchacho afina un instrumento de viento, mientras las baquetas repiquetean -sobre la piel tensa-, evocando sensaciones recuperadas. Las puertas de San Basilio se abrirán en breve.
La banda de música de Cañete de las Torres la acompaña hasta los aledaños de la Catedral que la verán retornar a su barrio. La procesión siempre es efímera, como un altar itinerante, como una sombra de la historia que nunca podrá aspirar más que a un presente fugaz. La música, la gente, la luz de la calle, un momento puntual… todo se construye en los sentidos como un pensamiento abstracto. Y el rostro de María, asunta, queda grabado de regreso a casa con la leve caricia del aire de agosto.
Por el Alcázar Viejo se pierden los ecos de una salida más, de un nuevo renglón redactado en la memoria del cofrade que mira más allá de los calores precedentes. La Virgen del Tránsito marca el meridiano de las Glorias. La madrugada dicta que ya es 16 de agosto, mientras la imagen cálida de Nuestra Señora late en la sien afirmando que hoy aún es su día.
Agrupación de Hermandades y Cofradías de Córdoba.
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