Costumbre que nunca se hace rutina y tradición que no sigue por la mera inercia de la tradición. Eso es visitar a la Virgen de los Dolores el Viernes que lleva su nombre, que es el día que la ciudad se arrodilla ante Ella para renovar los votos de fidelidad y entrega jurados siglos atrás a la Madre.
Su Madre, que ayer vestía en el ritual del trasiego, del murmullo y de las colas saya roja y el manto de las estrellas donado por el obispo Alburquerque a la imagen que es más que una imagen y que, como el Cristo que nomina al patio de su cordobesa casa, bien podría tener varios nombres. ¿Qué de equívoco habría en llamarla «de los favores», si los hace a quien le ruega? ¿Qué de equívoco en decirle «de las lágrimas» si las provoca tras su cancela? ¿Por qué no «de los consuelos» si darlos sabe en su convento? Nombres podría tener como plegarias, como oraciones o como besos ofrecidos y reclamados ante el altar de alhelíes, de rosas y de gerveras que su hermandad le regaló en el día que más visitas recibe.
Por primera vez ayer, también la del nuevo obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, que oficio la Fiesta de Regla de la hermandad de la que es también titular el Cristo de la Clemencia.
El prelado llegó a la plaza de Capuchinos a las once menos cuarto de la mañana. Allí fue recibido por el hermano mayor de la cofradía servita, Juan José Jurado, y por la superiora de la comunidad de religiosas de la Consolación, la madre Inmaculada. El obispo entró por el pasillo central de la iglesia de San Jacinto saludando a quienes en el lugar se congregaban, entre ellos a los ancianos de la residencia contigua, a los que tuvo presentes en su homilía.
Al llegar al altar, monseñor Demetrio Fernández se arrodilló unos segundos ante la imagen a la que encomendó su ministerio junto a San Rafael y a la Virgen de la Fuensanta en la toma de posesión de la silla de Osio la semana pasada en la Catedral, como volvió a hacer más tarde.
Ir a ver a la Virgen de los Dolores «es la mejor preparación para la Semana Santa», dijo Fernández, que recordó que «el camino de la vida no se puede recorrer sin María» pues es la Madre de Cristo, de los cristianos y de los cordobeses, y que, como todas las madres, está con sus hijos cuando la necesitan para aliviarlos en su dolor y, si no puede hacerlo, al menos para acompañarlos y que no estén solos.
Siguió afirmando que sin la Virgen y sin Dios «la vida está vacía aunque tengamos todos los bienes», motivo por el que animó a los allí congregados a preguntarse cuánto tiempo dedican a Dios y qué lugar tiene la Virgen en su existencia. «Si tenemos una Madre, no vivamos como huérfanos», dijo el obispo.
«Que no decaiga»
Fernández dedicó bellas palabras a la Virgen de los Dolores, de la que dijo que estaba «guapísima», y felicitó a la hermandad por «la devoción que cultiváis», la cual espera que «no decaiga» nunca.
A la misa, que acompañó musicalmente el Orfeón Cajasur, asistieron el concejal de Festejos, Marcelino Ferrero, como representante del gobierno municipal; el portavoz del PP en el Ayuntamiento, José Antonio Nieto, junto a varios concejales, así como los parlamentarios andaluces de este partido Salvador Fuentes y María Jesús Botella. También estuvieron presentes el presidente de la Audiencia Provincial, Eduardo Baena; el presidente de la Agrupación de Cofradías, Juan Villalba; hermanos mayores de varias cofradías de la ciudad y el poeta Pablo García Baena.
Tras la misa volvieron al templo las visitas, que se prolongaron todo el día demostrando una vez más que si madre nada más que hay una, en Córdoba se llama Dolores.
El ABC de Córdoba.
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